Por Redacción Argenports.com
El 12 de julio de 2004, un buque de carga de bandera hondureña, el Mini Moon, se hundía frente a las costas de Quequén en medio de un temporal desatado en el Atlántico Sur.
A más de dos décadas del hecho, el naufragio sigue siendo una de las tragedias navales más impactantes de la historia reciente en aguas argentinas, con un saldo de diez tripulantes muertos o desaparecidos y un único sobreviviente: el primer oficial Rubén Navarrete.
El Mini Moon había zarpado desde Bahía Blanca rumbo a Puerto Quequén, transportando 2.700 toneladas de urea y 74.000 litros de gasoil.
Planeaba completar su carga con trigo y continuar viaje hacia Brasil. Sin embargo, una feroz tormenta lo sorprendió a unas cuatro millas de la costa y 35 del puerto, en las coordenadas 38º 46’ S y 59º 19’ W, lo que marcaría el inicio de su trágico final.
El temporal que lo cambió todo
En la noche del 8 de julio, cuando el Mini Moon navegaba a paso firme hacia Quequén, un violento temporal lo azotó con olas de más de ocho metros y vientos implacables.
En una de las últimas comunicaciones con la Prefectura Naval Argentina de Quequén, la tripulación informó sobre la crítica situación a bordo. Luego, el silencio. Los intentos por restablecer el contacto fueron en vano.
El buque, de 74 metros de eslora, no resistió la furia del mar y terminó escorándose hasta hundirse. La tragedia se consumó a pocas millas de su destino final, en una posición que aún hoy guarda los restos del carguero como una tumba silenciosa bajo el Atlántico.
El único sobreviviente
Rubén Navarrete, primer oficial del Mini Moon y único sobreviviente, logró salvarse en condiciones extremas. Saltó a un bote salvavidas junto a otro tripulante, pero la pequeña embarcación fue sacudida por la rompiente y terminó dándose vuelta en la zona del parador Médano Blanco, cerca del Espigón de Pescadores.
Fue rescatado por personal de Prefectura y trasladado con hipotermia severa al Hospital Municipal Dr. Emilio Ferreyra de Necochea.
El marinero, oriundo de Escobar, se recuperó físicamente en pocos días, aunque arrastró por largo tiempo el impacto emocional del suceso.
Si bien nunca ofreció un relato público, se supo que declaró ante Prefectura que “una ola de cerca de ocho metros nos pegó de lleno y se escuchó una vibración… el barco se escoró y enseguida otra ola igual nos volvió a castigar. Fue la que nos dio vuelta”.
Una tripulación marcada por el destino
Doce hombres integraban la tripulación del Mini Moon. Solo uno volvió con vida. La nómina incluyó al capitán Jorge Blanco (49 años), el segundo oficial Héctor Vilela (57), el primer maquinista Mariano Alleno (44), el engrasador Rubén Funes (50), y los marineros Gustavo Cifuentes (28), Luis Ibarra (46), Virginio Azcona (49) y Carlos Villalba (48). La tripulación se completaba con los uruguayos Miguel Basile (47) y Julio Ramírez (60).
Solo fueron recuperados los cuerpos de Funes, Alleno, Ramírez e Ibarra. El resto sigue desaparecido. El dolor de sus familiares se hizo visible durante días en la Delegación Quequén de Prefectura, donde aguardaban noticias que nunca llegaron. La angustia creció con cada hora de búsqueda infructuosa.
El buque en el fondo del mar
El Mini Moon quedó escorado sobre su banda de estribor, a unos 25 metros de profundidad, en un punto inaccesible para los buzos que intentaron recuperar los cuerpos restantes, según precisó años atrás la periodista Majo Hegui, del medio TSN Necochea.
Las tareas de rescate se realizaron en condiciones extremas, con visibilidad nula dentro del casco. Los buzos utilizaron cintas de marcación para no perderse en el laberinto metálico del navío.
Los guardacostas Río Paraguay, Thompson, Fique y Río Luján sirvieron de plataforma para los operativos de la Prefectura Naval Argentina.
Se logró acceder a sectores clave como el puente de mando, los camarotes del capitán y oficiales, la enfermería y la cubierta de botes, pero llegar al cuarto nivel, donde estaban los camarotes restantes, fue imposible.
El Mini Moon descansa hoy como una tumba submarina, símbolo de una tragedia que aún conmueve al litoral marítimo argentino.
Una tragedia que marcó a Quequén
El 9 de julio, fecha patria, amaneció con la noticia del desastre. En la costa de Quequén y Necochea comenzaron a aparecer restos del naufragio: partes de botes destruidos, remos, chalecos, tanques y, lamentablemente, cuerpos sin vida.
Uno fue hallado frente a los balnearios céntricos, otro en Punta Negra, y otro más cerca de Bahía de los Vientos. El mar, implacable, devolvía los rastros de su furia.
A lo largo de los días, la ciudad acompañó el dolor de las familias con gestos de profundo respeto y solidaridad. La tragedia del Mini Moon se convirtió en una herida abierta para toda la comunidad portuaria y marcó un antes y un después en la conciencia sobre la seguridad marítima y la vulnerabilidad de la navegación menor ante temporales en el Atlántico Sur.
A 21 años del naufragio
Hoy, a más de dos décadas del hundimiento, el Mini Moon sigue siendo recordado como el naufragio más trágico en las costas de Quequén.
El paso del tiempo no ha borrado el dolor ni las preguntas que dejó la tormenta: ¿Podía haberse evitado? ¿Qué pasó en los minutos finales a bordo?
Lo cierto es que el mar, en su silencio insondable, guarda esas respuestas junto a los restos de una nave pequeña pero con un legado inmenso.
Y cada 12 de julio, la comunidad de Quequén revive aquel episodio con respeto y memoria, para que la historia de los tripulantes del Mini Moon no se pierda en las profundidades.