Por Redacción Argenports.com
Cada vez que un buque se aproxima a Puerto Quequén, alguien debe subir a bordo para conducirlo dentro del canal y hasta el muelle. No es el capitán del barco: es el práctico. Uno de ellos es Cristian Meyer Arana, marino mercante de 55 años, que desde 2002 ejerce esta responsabilidad en Quequén y Mar del Plata.
“Esto no se aprende en los libros. Se aprende navegando con otros prácticos, observando, escuchando y entendiendo el puerto en todas sus formas”, resume.
Meyer no llegó al practicaje por casualidad. “Mi padre fue práctico en este puerto desde 1970. Yo de chico venía a las escolleras, subía a las lanchas y miraba cómo trabajaban. Aprendí sin saberlo”, cuenta.

Cristian Meyer Arana. Foto Ecos Diarios.
Estudió en la Escuela Nacional de Náutica, navegó como marino mercante y, luego de años de formación, obtuvo la habilitación oficial. Desde entonces, su tarea es simple en apariencia pero compleja en ejecución: subir a un buque en movimiento, asumir la conducción y guiarlo con seguridad.
El momento más riesgoso: subir al buque en mar abierto
Antes de tocar el timón o hablar con el capitán, hay que llegar al barco. El práctico es trasladado en una lancha especial hasta unos cinco o seis kilómetros de la escollera, bajo cualquier condición de luz o clima. Desde allí sube por una escala colgante.
“El abordaje es el instante más peligroso. Un golpe de mar, un resbalón o un mal apoyo pueden causar lesiones graves. Hay que estar muy atento y no confiarse nunca”, explica, en diálogo con el medio local Ecos Diarios.
Un canal exigente que sorprende a los capitanes extranjeros
Puerto Quequén tiene uno de los canales más angostos de los puertos de aguas profundas de Argentina. Esa característica sorprende a quienes llegan desde ultramar.
“Los capitanes extranjeros no entienden cómo entramos con barcos de más de 200 metros en un espacio tan reducido. La diferencia está en conocer cada giro del canal, la corriente, el viento y los fondos”, cuenta Meyer.
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Para ingresar, el práctico toma el control en el puente de mando, coordina con los remolcadores, amarradores y la autoridad del puerto. Todo debe ser exacto: no hay margen de error.
El practicaje no tiene rutina. “Te pueden llamar a las tres de la mañana o un domingo a la tarde. A veces te avisan con horas; otras, con minutos. El puerto no espera”, dice.
Además, el clima manda. Tormentas cortas pero intensas, ráfagas súbitas o poca visibilidad pueden frenar una maniobra. “Parte de nuestro trabajo es decir sí o no. Y a veces, lo más seguro es detener todo”, afirma.

El puerto cambió: más calado y más seguridad
Meyer vivió la transformación del puerto. “Hace veinte años era más difícil maniobrar. No había dragado permanente ni profundidad garantizada. Hoy el canal es más estable, hay más calado y eso da tranquilidad”, destaca.
Cada buque con granos, fertilizantes o aceites que entra o sale de Quequén depende de un práctico. Sin su intervención, el barco no podría operar.
“Uno es consciente de que detrás de una maniobra hay trabajo, exportaciones, ingresos para el país. Por eso hay que estar sereno, decidir bien y no dudar”, dice Meyer con calma y orgullo.
Cristian Meyer Arana es el rostro de una profesión que no se ve desde el muelle, pero que define el ritmo del puerto. Él y sus colegas son quienes guían, con paciencia y exactitud, a los gigantes del mar para que entren, carguen, salgan y vuelvan a navegar.