Conexión nazi en Viedma: el naufragio del vapor Ludovico y el misterio de la carga enterrada

29 marzo 2022

A 80 kilómetros de la capital rionegrina, en Bahía Rosa, todavía se pueden ver los restos del navío y aun sobrevuela el enigma sobre quién era realmente uno de los oficiales alemanes que integraba la tripulación.


El naufragio del vapor Ludovico en las costas de Bahía Rosa, a 80 km de Viedma, Río Negro, en 1916


   A pesar del paso del tiempo, en bajamar aún hoy se pueden contemplar los inquietantes vestigios del naufragio del vapor Ludovico, encallado en plena Primera Guerra Mundial en las costas de Bahía Rosa, a 80 kilómetros de Viedma, la ruta que vincula la capital de Río Negro con el puerto de San Antonio Oeste.

   Según las mareas puede verse o no, y una parte de la hélice fue llevada al Balneario El Cóndor, a pocos kilómetros de la capital provincial.

   “El barco era de bandera chilena y transportaba vino: el capitán, Ciriaco Uribe era de nacionalidad chilena; la marinería de origen español, y los oficiales, alemanes. Hace varios años conocí a una señora que ya falleció, centenaria, que recordaba estos hechos. Su padre era el dueño del campo en cuya costa se produjo la tragedia. Ella me dijo que jamás se recuperaron los barriles y toneles con vino que se enterraron en las inmediaciones del naufragio. Que aún deben estar enterrados por allí… ¡Quién sabe dónde!”, cuenta Pedro Pesatti, intendente de Viedma.

   Carlos De Nápoli (Buenos Aires 1950-2011), autor de Nazis en el sur, El pacto de Churchill-Hitler y Los científicos nazis en Argentina, entre otros libros, estudioso de Joseph Menguele y la supuesta fuga de Hitler, entre otros temas, tenía algunos datos que hacían pensar que quien más tarde sería el almirante Canaris, jefe del servicio secreto del régimen nazi, escapó de su prisión en Chile en ese barco.

   Canaris, como primer oficial del crucero Dresden, fue prisionero de guerra de Chile. La historia más extendida sobre la fuga de Canaris dice que escapó cruzando a Bariloche, de allí a pie hasta la punta de riel en Jacobacci y de ahí en tren hasta Buenos Aires.

   Una vez en el puerto del Río de la Plata volvió a su país y sirvió hasta el fin de la guerra como comandante de los U-bootes de la Primera Guerra Mundial.

   “Fui amigo de Carlos De Nápoli, autor de un libro junto a Juan Salinas muy recomendable, Ultramar Sur (2002), que sostiene un argumento muy fuerte para explicar la presencia de submarinos alemanes en costas argentinas meses después de terminada la guerra, otro tema apasionante.

   Hay dos evidencias indiscutibles al respecto: la entrega en el puerto de Mar del Plata de los submarinos U530 y U977 dos y tres meses después del fin del conflicto.

   De Nápoli sostiene en ese libro que el hundimiento del crucero Bahía, de la Armada del Brasil, sucedido a principios de julio de 1945, es atribuible a una manada de submarinos alemanes que lo encontraron en su fuga hacia el sur”, agrega Pesatti.

¿Quién era Canaris?

   Wilhelm Canaris nació en Aplerbeck (Westfalia) el 1 de enero de 1887 y sirvió a la marina alemana en las dos grandes guerras del siglo XX. Una vez graduado como oficial es asignado como teniente a la dotación del Dresden, botado en 1906, y que por su tecnología se constituía en uno de los buques más avanzados de la época.

   El crucero tenía 118 metros de eslora, estaba armado con diez cañones de 105 milímetros y era el único de su tipo equipado con las potentes turbinas Parsons que le permitían alcanzar 28 nudos, el equivalente a 52 kilómetros por hora.

   “Al iniciarse la Primera Guerra Mundial el Dresden se encontraba operando en el Atlántico y fue enviado a unirse a la flora del almirante Graf Von Spee en la Isla de Pascua. Para ese entonces Canaris ya se desempeñaba como ayudante del comandante del crucero, Fritz Lüdecke”, explica Pesatti que además es apasionado de todas las historias ligadas al régimen nazi de nuestra Patagonia.

   El 1 de noviembre de 1914, en la Batalla de Coronel, en Chile, la flota de Spee venció a una escuadra inglesa y se dirigió a las Islas Malvinas con el propósito de desembarcar una unidad de infantes para apoderarse de la estación telegráfica de los ingleses, destruir el puerto y hundir los navíos surtos.

   En la madrugada del 8 de diciembre los alemanes se acercaron a Malvinas sin sospechar que se dirigían a una trampa: los esperaba la armada inglesa, al mando del vicealmirante Sturdee. Casi todos los navíos de Von Spee fueron hundidos, pero el Dresden fue uno de los únicos barcos sobrevivientes gracias al poder de sus turbinas que le dieron mayor velocidad durante el forzado escape.

   Durante meses el Dresden se refugió en los canales australes de Chile para eludir la persecución inglesa. Finalmente, cuando buscaba ser reabastecido en la Isla de Juan Fernández –la ínsula en la que Defoe se inspira para escribir su novela Robinson Crusoe-, y no encontró en ella el carbón suficiente para escapar definitivamente del lugar, el Dresden tuvo sellada su suerte.

   Cinco días después fue sorprendido por las fuerzas inglesas que lo someten a una lluvia de fuego incesante. El comandante del Dresden envió a Canaris a parlamentar con el jefe de la flota inglesa apelando a que ambas fuerzas estaban en el mar de un país neutral.

   Los intentos de eludir un final inevitable fracasaron y poco después Lüdecke ordenó abrir las válvulas de anegamiento para mandar su buque al fondo del mar. Tres días después los alemanes fueron rescatados por buques de la marina chilena y conducidos a la base naval de Talcahuano.

   Canaris, en agosto de 1915, se fugó de Chile. “Una versión -cuenta Pesatti- indica que cruzó la cordillera a caballo para embarcarse luego en una lancha y atravesar el Nahuel Huapi hasta llegar a San Carlos de Bariloche donde tomó contacto con alemanes residentes que le permitieron llegar a Buenos Aires y de allí retornar a Alemania. En su país fue condecorado con la Cruz de Hierro de Primera Clase y fue asignado a España para llevar a cabo operaciones de contraespionaje y logística, aunque poco más tarde volvió al servicio activo como comandante de un U-Boot con el que provocó el hundimiento de ochenta barcos aliados. La otra versión relativa a su fuga asevera que lo hizo a bordo del “Ludovico” de bandera chilena”, se apasiona.

  El mismo que hoy aún podemos contemplar encallado en estas playas insondables.

El naufragio

   El 11 de julio de 1916, en un viaje de Chile a Buenos Aires, el pequeño vapor fue sorprendido por un temporal que lo estrelló contra las restingas de la costa, en Bahía Rosas.

   “Se dice que, gracias a la acción de un peón de una estancia del lugar, posiblemente de La Magdalena, y de apellido Quichulef, la tripulación del Ludovico logró abandonar el barco encallado en medio de la furia de las enormes rompientes. Este hombre habría arrojado un lazo que llegó hasta la cubierta del Ludovico a partir del cual pudieron tender un cabo y aferrado a él, llegar a la orilla”, cuenta Pesatti.

   “La Nueva Era” de Carmen de Patagones, en su edición del día 16 de julio narraba los hechos de esta manera: “El lunes último naufragó frente a la costa del Río Negro, el vapor chileno Ludovico, a consecuencia de haber sufrido averías en la máquina, que lo puso en condiciones de no poder con las olas.

   El Ludovico, arrastrado por el temporal que ese día reinaba, fue a dar contra la costa pocos kilómetros más al sud del faro Río Negro, estrellándose en pocas horas. La tripulación, dirigida por su capitán, don Ciriaco Uribe, pudo salvarse toda y arribar a Viedma, donde se presentó a la gobernación y en el acto se le prodigaron los cuidados que su estado de fatiga reclamaba. 

   Al conocerse el suceso, produjese un movimiento generoso en el comercio local con el fin de socorrer a los náufragos. El señor Manuel Marín, de la tienda San Juan, proveyó de vestuario completo a toda la tripulación; además, los señores Nazario Contín y Pablo Fischer iniciaron una cuestión pública con excelente resultado, destinada a costear los gastos que demandara la subsistencia de los infelices náufragos”.

   A la semana siguiente, el periódico amplía la información y da cuenta que “la tripulación del barco naufragado se componía en su mayoría de españoles, y la oficialidad, con excepción del capitán, pertenecía a la colectividad alemana.

   Estos fueron socorridos y enviados a Buenos Aires en los primeros días de la semana, quedando la marinería en Patagones, a la espera de mejor suerte”.

   Este último dato, es decir, el hecho de que los oficiales del buque fueran alemanes, resulta por demás relevante si lo vinculamos con lo que sostiene Carlos De Nápoli.

   Para este escritor, hay firmes indicios de que Canaris hubiera sido uno de los ocho oficiales alemanes que integraban la tripulación del Ludovico.

   De Nápoli sostenía -según relata Pesatti- que tuvo la oportunidad de hablar con quien dijo ser el armador del barco, por entonces un nonagenario chileno-alemán de apellido Haverbeck.

   El señor le había comentado que Canaris huyó con el apellido Carsten Rix, cuestión que puede ser cierta ya que el propio Canaris decía ser de familia Canarix.

   “Según este personaje, la tripulación estaba compuesta por alemanes, cosa absolutamente prohibida, ya que estaban en plena guerra. Obviamente me refiero a la Primera Guerra Mundial y al año 1916, cuando el “Ludovico” naufraga en Bahía Rosas y los británicos detenían a cualquier miembro de esa nacionalidad en alta mar”, sostiene.

Pero entonces, ¿quién era realmente Canaris?

   Aquel oficial que presuntamente fue parte de la tripulación del Ludovico, termina, al cabo de los años, abrazando con fervor la llegada del nazismo a la vida política de su país.

   Su acentuado anticomunismo y rechazo a las formas parlamentarias de gobierno encuentran, por otra parte, en las ideas predicadas por Hitler, el mejor camino para canalizar su aspiración de que se revisara el Tratado de Versalles, firmado por la Alemania derrotada al finalizar la Primera Guerra Mundial.

   En 1935 es ascendido a Contralmirante y nombrado jefe del espionaje alemán (Abwehr) del Ministerio de Guerra desde donde organizó la ayuda alemana al General Francisco Franco durante la Guerra Civil Española. Cinco años después es ascendido a Almirante.

   “Precisamente es a partir de su nombramiento como jefe de la Abwehr cuando aparecen sombras en su biografía y auténticos misterios- explica Pesatti-. Canaris era el artífice del plan denominado “Z-Plan”, un programa ideado para continuar la guerra tras la guerra en caso de que Alemania fuera derrotada. Canaris, por otra parte, ocupaba la cresta de esta gigantesca organización de espionaje y su preocupación por una derrota era tan profunda que concibió, con el beneplácito y total respaldo de Adolfo Hitler, el plan que ya mencionamos. Pero Canaris no sólo fue el autor de esta iniciativa pues también creó una organización denominada Die Kette (la cadena) para continuar la guerra desde fuera de Alemania si el territorio era invadido y cuyo símbolo era un águila alemana sobre un sol negro. Tanto el Z-Plan como la organización Die Kette no fueron concebidos con fines a corto o mediano plazo sino para perdurar durante varias generaciones”, afirma.

   La historia oficial dice que Canaris, con el andar de los años, se convirtió en un traidor y conspirador, con conexiones con los enemigos del Reich, y que terminó siendo ejecutado después de haber sido confinado el 9 de abril de 1945 –menos de un mes antes de la rendición alemana- en el campo de concentración de Flossenburg gobernado por las temibles SS.

   Sin embargo, muchos creen que la ejecución de Canaris sólo fue un ardid para permitir la fuga de uno de los hombres más importantes del aparato militar y de la inteligencia nazi tras la caída de Berlín. Historias trágicas de guerras injustas y fugas inciertas.

Silvina Beccar Varela / “La Nación”