El capitán Paul Medina Rodríguez conoce como pocos los secretos de la hidrovía del Río Paraná.
Como Práctico, su misión es guiar buques de hasta 230 metros de eslora y 60.000 toneladas desde el Río de la Plata hasta los puertos del Gran Rosario, epicentro de cerca del 70% de las exportaciones argentinas.

“La navegación de estos gigantes requiere muchísima experiencia y precisión”, explica Medina.
Antes de ser práctico, fue capitán de ultramar, y para habilitarse en esta función debió rendir siete exigentes exámenes, seis teóricos y uno práctico.
Una ruta clave, con riesgos invisibles
Los barcos ingresan desde el exterior y son recibidos en Pontón Recalada.
Desde allí, el tránsito hasta Rosario se hace en etapas, con distintos prácticos especializados.
“La navegación es riesgosa por el escaso margen entre el fondo del río y la quilla. A veces pasamos con apenas 60 centímetros”, advierte, en diálogo con el sitio Bichos de Campo.
El río Paraná tiene zonas profundas, pero también sectores bajos, bancos de arena y piedras que representan un desafío constante.

Los buques más frecuentes son graneleros que transportan soja, maíz y trigo.
A eso se suma la fuerza de la corriente y la presencia de otros barcos en tránsito. “Hay que maniobrar con sumo cuidado, a veces usando remolcadores, anclas, y hasta la corriente misma”, cuenta.
Barcos inmensos, cargas diversas
Los buques más frecuentes son graneleros que transportan soja, maíz y trigo, aunque también circulan petroleros, quimiqueros, gaseros, portacontenedores y los auteros que trasladan más de 5.000 vehículos.
“La variedad de carga exige precisión y planificación constante”, dice el capitán.
En el canal de navegación, los barcos se cruzan como en una autopista fluvial.
“Generalmente babor con babor, pero según la zona y la corriente, puede ser estribor con estribor. También se hacen sobrepasos y maniobras de fondeo”, explica.
La hidrovía, infraestructura estratégica
El mantenimiento de la hidrovía implica dragado y balizamiento permanentes.
El costo del peaje fluvial lo pagan los propietarios de los buques.
“No sé si es caro o barato, pero es necesario para que el sistema funcione y sea seguro”, señala.
“Estacionar” un buque de más de 200 metros no es tarea sencilla. Se utiliza reversa, cabos de amarre, remolcadores y la ayuda de prácticos de puerto.

“Las maniobras son complejas y requieren coordinación total”, afirma Medina.
A bordo, la tripulación ronda las 20 personas, entre oficiales, marineros, cocineros y maestranza.
“Durante la navegación fluvial, el ritmo es intenso; se trabaja mucho y hay poco tiempo libre”, agrega.
Un oficio entre amaneceres y nieblas
“La hidrovía permitió profesionalizar el transporte fluvial y potenciar el comercio exterior. Antes, con el cauce natural del río, la carga era mucho menor”, recuerda el capitán.
Con más de 30 horas de navegación entre el Río de la Plata y Rosario, los riesgos son parte del día a día.
“Nunca quedé varado, pero puede pasar. El fondo del río se mueve, los bancos de arena cambian. Y las condiciones del río están muy influenciadas por fenómenos como El Niño”, advierte.
¿Qué es lo que más disfruta? “Los amaneceres y atardeceres en el río son únicos. Maniobrar estas naves es una pasión. Lo más difícil: la niebla. Navegar a ciegas, aunque sea con radar, aumenta el riesgo”, admite.
Y concluye: “Este trabajo es de una enorme responsabilidad. Pero cuando uno hace lo que ama, no pesa”.